El futuro del dinero: stablecoins en la blockchain
02 de Marzo de 2022
02 de Marzo de 2022
Desde que el mundo es mundo el hombre se ha preguntado hacia dónde va el dinero. Predecir tendencias y adelantarse a éstas es sumamente complicado. Sería tanto como tener una bola de cristal. ¿Quién hubiera previsto hace unas décadas el boom de las criptomonedas y las múltiples posibilidades de la digitalización? Ni siquiera cuando en 2008 surgió Bitcoin, la primera moneda criptográfica, podía avistarse la deriva del dinero digital. Hoy día, las criptomonedas son solo una parte de toda una revolución integral asociada a la tecnología.
El dinero cambia y lo hace a gran velocidad: los países lanzan sus divisas digitales, las empresas fomentan el pago con tokens propios, el anuncio más caro de la SuperBowl ya no es un coche o un refresco, sino una promoción de Coinbase. El teórico Nassim Taleb ya avisó de que “el bitcoin es el comienzo de algo grandioso”. Algo que es imposible de predecir con exactitud, pero que augura nuevos cambios no solo en el valor sino en el concepto mismo del dinero.
¿Ha muerto el dinero físico?
La digitalización es aún muy reciente. Bitcoin se lanzó en 2008. No han pasado ni quince años, pero la evolución ha sido enorme. Es posible pensar entonces que el dinero físico está abocado a desaparecer. Pero no tan rápido. En los últimos años, el pago físico y la retirada de dinero en cajeros ha caído en picado. La pandemia ha acelerado este proceso en beneficio, principalmente, del pago con tarjeta, que ha pasado del 38% al 54% en 2020, según la consultora Nielsen. Junto al fenómeno de la banca online y el dinero digital, el cashless se va imponiendo.
Sin embargo, el dinero físico aún goza de buena salud y es previsible que no desaparezca en un plazo corto de tiempo. A su favor están razones de índole psicológica, como la gestión de la privacidad y la seguridad que ofrece aún el “dinero en mano”. Además, no todos los países han avanzado tan rápido en la implementación tecnológica del dinero. En contra de la moneda física se encuentra su baja trazabilidad -que la hace especialmente hostil a la lucha contra el fraude y el crimen- sus costes estructurales y su mayor afección al medioambiente.
El pago se multiplica: banca online, fintech, pasarelas empresariales…
Al pago en metálico, ya sea con monedas o billetes, se le oponía hasta ahora el “dinero de plástico”, es decir, la tarjeta, que ofrecía un nuevo soporte, más recientemente incluso pagando desde el teléfono móvil. La digitalización ha abierto mucho el campo de acción. El dinero tiene ahora numerosas formas de circular dentro de los cauces más o menos tradicionales.
El online banking y el fintech son parte de este fenómeno de digitalización del comercio y las finanzas, que responde a nuevos hábitos de consumo. A esto se suma la posibilidad de realizar operaciones fuera de la tradicional plataforma bancaria. Hoy es posible hacer pagos desde cuentas de telefonía o de empresas, una tendencia que va a más, impulsada por grandes firmas como Amazon o Google.
¿Más descentralizados que ayer pero menos que mañana?
La descentralización es el concepto clave de estos últimos diez años en el mundo del dinero. El auge de las criptomonedas vulnera de raíz la idea de que el valor y la emisión de dinero están centralizadas en organismo estatales. Es un paradigma nuevo que, más allá del mundo crypto, ha ido permeando en los cauces más habituales.
Esta descentralización ha traído a nuestras vidas dos términos fundamentales: peer to peer y blockchain. La “cadena de bloques” es el emblema de ese cambio de paradigma desde la centralización a la descentralización. En el mundo crypto ya no es necesario que el valor del dinero esté sustentado por un tercero (que suele ser un organismo de control) sino que solo se requiere el acuerdo de los implicados y se rige por la oferta y la demanda. Esto ha hecho que el bitcoin y otras divisas digitales se muevan en contextos altamente volátiles e inseguros y que la falta de control de la trazabilidad pueda provocar fraudes.
Stablecoins: un intento de poner orden en el caos
Los últimos años hemos asistido al auge de las “monedas estables”, cuyo desarrollo en los próximos años parece estar garantizado. La primera década de las criptomonedas se han regido por una especie de ley del Lejano Oeste. Se han hecho muchas fortunas y se han perdido muchas otras a medida que la “curva del hype” ascendía, caía en picado luego y acababa por estabilizar el fenómeno del dinero crypto.
Ahora es el turno de los reguladores. Estados, organismos y empresas han empezado a meter mano, conscientes de que el dinero digital es ya imparable. Las “stablecoins” aspiran a insertar mecanismos de control y estabilidad en la cadena de bloques. Si un bitcoin no se asocia con ningún valor concreto, los stablecoins sí buscan el apoyo de otros valores, ya sea el oro, una moneda estatal o, aunque suene paradójico, otra criptomoneda. Este valor servirá de referencia para las operaciones.
Pero aunque la filosofía es aportar estabilidad, sigue siendo un entorno bastante impredecible mientras van creciendo stablecoins como setas. Los estados (China, por ejemplo) han lanzado las versiones digitales de sus divisas y numerosas empresas potentes han puesto en circulación sus propias criptomonedas. No deja de ser una descentralización enorme del dinero tal y como lo conocíamos, pero menos de lo que sería el universo crypto.