Ideologías
23 de Noviembre de 2016
23 de Noviembre de 2016
Por: Rafa Bernardo, periodista de Cadena Ser
El uso del término "emprendimiento" ha estallado en los últimos años: se usa en la prensa, en internet, se añade como coletilla a todo tipo de eventos empresariales para darles un aire más moderno, y no se les cae de la boca a los políticos de todo signo, que se han servido de esta palabra con demasiada frecuencia para animar, en tiempos de paro, a las personas desempleadas a "generar su propio puesto de trabajo". Un emprendedor me decía hace poco, con sorna, en el programa de radio: "en los setenta, para molar, tenías que tener un grupo de música; ahora, tienes que tener una startup".
Un uso y abuso del término que ha generado también una fuerte reacción: el emprendimiento se ha criticado como un camino fácil para dar un "pelotazo"; como una forma de crear una empresa en precario; como una especie de club de chicos con dinero que cubren necesidades que nadie tiene con apps cada vez más estrambóticas; como una palabra comodín para tratar de dar una nueva capa de pintura a un término muy baqueteado, el de "empresario". Un panorama que se contrapone al del trabajador de toda la vida, al asalariado que –cada vez más castigado por la crisis y sus consecuencias- gana con su esfuerzo su sueldo.
Estos usos, abusos y reacciones son, en cierta manera, explicables: con la desastrosa situación económica de los últimos años, la figura del emprendedor, del que se atreve a lanzar su proyecto, se ha convertido en un fetiche. De ahí que, al margen de la realidad, se haya desarrollado lo que se ha dado en llamar una ideología del emprendimiento: creencias, mitos, héroes, villanos y emociones que distorsionan la comprensión tranquila del fenómeno; una comprensión más desdibujada aún por los no pocos aprovechados que han tratado de hacer dinero a la sombra del emprendimiento, opacando su imagen.
Para llegar al fondo del asunto, podríamos tratar de definir el núcleo: la pieza clave del emprendimiento que diferencia –siluetas y señuelos al margen- a una iniciativa de este tipo de un proyecto empresarial al uso. Y lo que encuentro yo, después de centenares de entrevistas radiofónicas a emprendedores de todo tipo, son las ideas de innovación y de creación de valor. Los mejores siempre quieren crear algo o bien nuevo, o bien distinto, y que tenga un impacto real en las vidas de las personas; nada del "comprar barato y vender caro" con el que muchos tratan de identificar toda actividad por cuenta propia.
La paradoja es que, en tiempos de gig economy, de flexibilidad laboral, de precariedad, de subcontratación, de falsos autónomos, y de oportunidades y peligros laborales generados por la digitalización, ese núcleo de saber hacer las cosas de forma diferente y querer crear algo bueno son virtudes tanto para los emprendedores como para los asalariados del siglo XXI. Porque los que tanto critican el emprendimiento caen a veces en la ideología del asalariado, mitificando el pasado de empleo industrial, estable y para toda la vida, que ni fue nunca tan paradisiaco (además de estar sustentado en un modelo de comercio global mucho más duro que el actual para los países en desarrollo), ni tiene un futuro particularmente prometedor. Creatividad e innovación no bastan para combatir la crisis y la alienación, pero sin ellas ni emprendedores ni asalariados pueden esperar un porvenir muy próspero.