Planificación financiera e inflación: La erosión de la rentabilidad de la inversión
11 de Abril de 2017
11 de Abril de 2017
Por José Ramón Sánchez, profesor del Master en Dirección y Gestión Financiera en el Campus de Madrid.
Hablar de inflación es, generalmente, hablar de aquellos precios que tienen lugar en la demanda, en concreto, de una cesta ponderada representativa de consumo, el IPC (Índice de Precios al Consumo) y que constituye la base "ideal" de bienes que todo consumidor se supone que adquiere. Una subida del IPC, por tanto, afecta al poder de compra de los bienes, deteriorando sus posibilidades de consumo. Igualmente, en otros planos, la inflación también minusvalora los productos. Tal es el caso de aquellos en los cuales no se consume literalmente contemplado, sino en los cuales se "consume dinero", es decir, se invierte. Por inversión se entiende la posibilidad de incrementar resultados monetarios a un plazo, desde el mero ahorro, hasta la especulación.
Todo ello implica la necesidad de dinero que, en situaciones inflacionarias, pierde valor y, consecuentemente, las posibilidades monetarias se reducen. Por ejemplo, supongamos una inversión de 1.000 euros en un determinado producto. Transcurrido un período concreto, el inversor obtiene 1.050 euros, es decir, 50 euros de beneficio, una rentabilidad del 5%. Sin embargo, tal rentabilidad únicamente es "aparente", por cuanto que si la inflación en ese tiempo es, pensemos, del 2%, en realidad, el resultado es de 5 – 2 = 3%, lo que se denomina rentabilidad "real". Por consiguiente, la subida de precios aminora las capacidades monetarias de los 50 euros obtenidos por el producto, ya que antes de la inflación podrían comprarse bienes por valor de 50 euros. Sin embargo, el hecho de que la inflación esté en el 2% implica que el inversor ha perdido un 2% de capacidad monetaria; su verdadero valor monetario será un 2% menos, en realidad, 49 euros: dispone de menor poder adquisitivo; lo que antes podía conseguir con 50 euros, en realidad equivale a 49 por el efecto de la inflación.
Así pues, aunque no se detecta de inmediato, puesto que lo anterior era sólo un ejemplo ilustrativo, es cierto que la inflación erosiona las posibilidades inversoras como se ha puesto de manifiesto. La rentabilidad real depende, entonces, no sólo de lo que ofrezca en ganancias el producto financiero, más del nivel de inflación del país. Y para ello, es necesario tomarle el pulso temporalmente. De ahí, la necesidad de una planificación financiera ajustada a las expectativas de precios. De esta forma, los principales afectados con una inflación alta son los ahorros particulares, porque si no se mueven pueden ir perdiendo paulatinamente valor. Por ello, es el momento de realizar inversiones algo más arriesgadas cuando la inflación es alta, como invertir en bolsa o productos de mayor rentabilidad, obviamente, con mayor riesgo.
En estos períodos el dinero también se refugia en las materias primas, como el oro (el valor refugio por antonomasia), o en bienes físicos, como el inmobiliario. También, para muchos, es momento de gastar. Por el contrario, cuando la inflación es baja, es el mejor momento para los inversores conservadores y para los menos decididos a buscar entre diferentes productos financieros, es el momento de la renta fija y los depósitos.