Conversaciones con el Miedo
07 de Enero de 2021
07 de Enero de 2021
Este 2021 va a ser un año de incertidumbre. Tras la pandemia, nos asusta la idea de que la industria no llegue a recuperarse, que la empresa se vea obligada a cerrar, que nuestro negocio no pueda ajustarse a las nuevas restricciones… Todos sentimos miedo alguna vez, esa es la verdad, pero puede llegar a convertirse en una fortaleza si sabemos aceptarlo y reconciliarnos con él.
Por eso, desde EAE hemos creado Fear Away, un espacio en el que podrás conversar con el miedo en vez de huir de él, antes de dejarlo marchar. Solo tendrás que ponerte los auriculares y escuchar su voz a través de la de nuestros profesores, en un podcast que te enseñará las claves para convivir con él.
Sé que me has tenido muy presente este año, pero eso no significa que pueda condicionar tu futuro. No puedes seguir aparcando tus decisiones por mí, porque hace demasiado tiempo que no tomas ninguna con seguridad. Ni puedo ver cómo continúas con los ojos cerrados para no contemplar el mundo que te está esperando ahí fuera. Sí, me has oído bien. Fuera. Haber estado entre cuatro paredes no cambia que tengas la capacidad de derribarlas…
Encerrados en casa, hemos llegado demasiado lejos.
Soy una emoción innata universal, la más común y poderosa entre todos los seres vivos, pero también soy imprescindible y, sobre todo, inevitable. Sabes muy bien que este no era el trato. Acordamos que siempre estaría a tu lado para protegerte, como una alarma diseñada para ayudarte a adaptarte a cualquier entorno sin que corrieras peligro. Un sofisticado sistema de supervivencia, no de destrucción.
Durante todos estos años he sido tu compañero, tu aliado. Incluso las veces en las que me has intentado esquivar o evitar. He persistido y te he alejado de la imprudencia y la temeridad, mostrándote todos los límites y cada una de tus limitaciones.
Pero ahora… ¿cómo hemos podido llegar a esto? Cada vez que te dejas dominar por tus creencias irracionales me concedes demasiado poder y yo no he sabido remediarlo. Ahora soy testigo de cómo te esclavizas a tus temores más profundos, tan imaginarios como inofensivos.
Te prometí que siempre sería tu Miedo, y ahora has conseguido que me tema a mí mismo.
Así es. Te estoy hablando de la fobofobia. Esa emoción que te paraliza por completo y te anuda el estómago cada vez que revives tus recuerdos más temidos del pasado, proyectándolos hacia un futuro que no conoces pero que te desvives por imaginar.
Sin reflexionar que esa reacción también tiene nombre y que se llama ansiedad. Pensar de manera obsesiva en una situación que todavía no ha ocurrido pero que se va a producir, analizar el temor que te provoca y que crees que una vez más experimentarás, hasta sentir cómo ese presagio del miedo te envuelve. Aunque sepas que todo es una construcción de tu mente. ¿Te suena?
Te da miedo tener miedo porque a lo largo de tu vida has aprendido que el temor es sufrimiento. Es dolor y sentirse mal. Por eso tratas de huir de él, sin ser consciente de que esa salida es la puerta de entrada a un círculo vicioso del que no se puede escapar.
El miedo es una emoción básica común en todos los individuos, no solo es cosa tuya, pero eso no significa que se experimente de la misma manera ni con la misma intensidad. Por eso es tan complicado saber aceptarlo y aprender a enfrentarse a él, porque se retroalimenta de sí mismo y adquiere diferentes nombres según la forma en la que se procese y los síntomas que genere en los cuerpos.
Se llama ansiedad cuando se relaciona con la tensión, preocupación, nerviosismo o estrés, a pesar de la ambigüedad del término y de todos los conceptos que abarca.
Se conoce como trastorno de pánico cuando se genera un estado agudo de ansiedad, que se materializa en frecuentes episodios de terror súbito al recordar eventos pasados traumáticos. Pierdes el control y sufres una constante sensación de peligro, aunque no exista ningún riesgo real a tu alrededor.
Y se convierte en agorafobia cuando sientes que todo lo que te rodea supone una amenaza y desarrollas miedo hacia los espacios o situaciones en los que algo pueda ocurrir sin que sea fácil escapar.
El terror es tan poderoso que hasta llegas a temer la respuesta fisiológica de tu propio cuerpo al experimentar ese miedo. De modo que, cuanto más terribles sean las consecuencias que creas que puede conllevar, más graves son y más te terminan afectando. Hasta llevarte, incluso, a la idea de morir de un infarto.
Todo depende de la autoridad que me otorgues y del poder que pueda ejercer sobre ti.
El trastorno de pánico es solo un ejemplo de cómo puedo controlar todo tu cuerpo en cualquier momento y lugar y sin previo aviso. En apenas unos instantes soy capaz de provocar que se acelere tu ritmo cardíaco, que comiences a sentir un intenso dolor en el pecho y el abdomen, o que padezcas mareos, sudores, angustia y hasta que te falte el aire.
Estos ataques de terror son tan traumáticos que no me extraña que desarrolles un temor a que vuelvan a repetirse y tengas que enfrentarte de nuevo a ellos. Tanto es así, que experimentar hasta el más mínimo síntoma puede llevarte a interpretar que se trata de una señal que antecede al ataque y se desate en tu interior un intenso miedo que termine por provocarlo.
Una reacción en cadena tan paradójica como el miedo mismo y que ha sido bautizada como la espiral de pánico. Al final, el efecto que tengo en tu cuerpo es tan desagradable que prefieres evadirme a encararme.
Pero siento decirte que esa es la única salida posible para escapar de la espiral, antes de que ese miedo imaginario se consolide en tu mente y termine por convertirse en una realidad.
Es posible que pienses que me tienes bajo control, pero lo cierto es que no estoy en tus manos. Solo en tu cabeza. Te conozco más de lo que crees y puedo asegurarte que una sucesión de episodios de pánico provocan importantes cambios en el comportamiento, de los que ni siquiera tienes por qué ser consciente.
El miedo a sufrir ataques de pánico aumenta y evoluciona hasta afianzarse como un poderoso estímulo capaz de alejarte de todas las situaciones en las que pudiera manifestarse, a pesar de que eso conlleve evitar salir de casa o relacionarse con otras personas que no sean muy cercanas o te den seguridad.
Poco a poco vas recorriendo un peligroso camino cuyo destino es la agorafobia, un tipo de trastorno de ansiedad en el que tienes miedo a los lugares o las situaciones que podrían causarte pánico. Al sentir que no hay manera de escapar, que no puedes defenderte, experimentas una especie de vergüenza que te lleva a evitar este tipo de lugares o situaciones, ya sea real o anticipada, como usar el transporte público, estar en espacios abiertos o cerrados, hacer una fila o estar en una multitud.
La ansiedad se produce a raíz del miedo a que no haya medios de escape o ayuda accesibles si se intensifica la ansiedad. La mayoría de las personas que sufren agorafobia la padecen después de tener uno o más ataques de pánico, lo que los hace preocuparse por volver a tener un ataque, así que evitan los lugares donde puede volver a suceder.
Hasta que tu realidad se convierte en una celda en la que instintivamente te encierras como un autómata programado para ello.
¿No recuerdas ese vértigo que sentiste cuando el confinamiento terminó? Después de haber estado teletrabajando durante meses en esa fortaleza invencible que te ofrece tu hogar, de repente todo se acaba y tienes que volver a salir fuera. Debes recorrer los mismos caminos de siempre, pese a que todos ellos se te aparezcan como una senda intransitable.
Sientes que cada paso que das te pone en peligro, al conducirte hacia algún lugar en el que no pudieras recibir ayuda en el caso de que sufrieras uno de tus ataques de pánico. Temes rememorar las sensaciones fisiológicas que te provoca y huyes de toda situación que tenga el potencial de generarte esa ansiedad que no te sientes con fuerzas de asumir.
Sin entender que estás renunciando a lo más valioso que tienes: tu libertad.
Lo primero que necesito que entiendas es que esto no es una huida. Es un camino hacia la aceptación. No pretendo que elabores un mapa perfecto que te permita escapar de ninguna parte, lo único que tienes que hacer es quedarte donde estás y respirar. Tomar aire y llenar tus pulmones sin pensar que eso te pueda dañar. Abrir tus ojos y ver más allá de mí, siendo consciente de que durante demasiado tiempo has estado contemplando toda tu realidad a través de la ceguedad de tu miedo.
Quiero que te recuerdes las palabras que alguna vez pronunció el filósofo griego Epicteto: “no nos dan miedo las cosas, sino la idea que tenemos de ellas”, y que te las repitas cada una de las veces que acuda a visitarte sin que me hayas invitado. Porque nada de lo que te rodea tiene la capacidad de hacer que lo temas, solo tú tienes ese poder. Y por eso debes cuidarlo, para que nada se apodere de él.
Necesito que me comprendas y que aceptes que soy inevitable porque formo parte de tu esencia. Que temerme no te prepara para el peligro, porque vivir significa asumir riesgos y aprender de ellos.
No puedes dejar que decida por ti, sino que debes retarme sabiendo que saldrás indemne de nuestro encuentro, contemplarme con curiosidad aun sabiendo lo incómodo que puedo llegar a ser, y acostumbrarte a la adrenalina que inyecto por todo tu cuerpo. Sabiendo que estás reduciendo tu hipersensibilidad mientras tu umbral sensorial está creciendo.
Solo quiero que converses conmigo, que me preguntes qué es lo que deseo, que te intereses por conocerme sin obsesionarte ni preocuparte por mí. Que me cojas de la mano y sigas haciendo todo lo que hacías, pero conmigo. Entendiendo que los valientes no son los que no tienen miedo, sino los que siguen siendo más allá de mí.
Porque siempre estaré a tu lado cuidando de ti.