Las bondades de la convergencia fiscal
20 de Enero de 2017
20 de Enero de 2017
Por: Daniel Vaccaro, profesor del Grado de ADE y del Master of International Business MIB de EAE Business School
En las últimas semanas ha sido un tema muy comentado en el animado foro de la fiscalidad internacional:
El Fondo Monetario Internacional (FMI) recomienda a España una subida gradual de los tipos reducidos de IVA y una reducción progresiva de las exenciones, calculando que con ello el Gobierno español incrementaría en 15.000 millones de euros la recaudación.
Desde el FMI se han apresurado a negar que estén recetando más austeridad al sugerir esta medida, pero es difícil no anticipar que una subida de los tipos de IVA al consumo recaería mayormente, de nuevo, sobre los hombros de los contribuyentes que más han padecido los incontables efectos de la crisis. El IVA lo pagamos todos y cada día, pero precisamente por ello el bolsillo del contribuyente de rentas medias o bajas es mucho más sensible a cualquier incremento de sus tipos.
El gobierno español se ha desmarcado del consejo del FMI, señalando que confía en incrementar la recaudación como fruto de los ajustes ya realizados en los últimos años. Es decir: Gracias por el consejo, pero no. Otras voces menos cordiales han recordado que ciertas recetas del FMI no han brillado en los últimos años.
El FMI basa su sugerencia en una comparativa con otros países de la Unión Europea, con menos exenciones o tipos de IVA más altas. En ese sentido, resulta interesante reflexionar sobre esa invocación a la convergencia fiscal y los muchos matices que presenta.
La primera reflexión podría enmarcarse en la tendencia mundial a bajar el impuesto sobre sociedades mientras se suben los tipos de IVA. Dos carreras de signo contrario, confirmadas en las últimas décadas que sugieren que el consumidor está pagando el precio de intentar atraer al capital. ¿Es ése el mejor camino como sociedad? Es complicado responder a esa pregunta, pero sin duda la tendencia descrita no ayuda a defender la deseable progresividad de cualquier sistema fiscal.
En segundo lugar, es difícil negar los beneficios que podría traer una mayor convergencia fiscal en Europa, en este caso en los tipos y exenciones del IVA. Es una reclamación doctrinal que está lejos de ser nueva. Sin embargo, el análisis de cualquier medida tributaria requiere ir más allá de su mera eficiencia recaudatoria (que en este caso ya se le presume), debiendo completarse con cuestiones tan fundamentales, y espinosas, como el reparto de ese nuevo esfuerzo en términos de justicia tributaria. Llegados a este punto se agotan las respuestas rápidas, pues entra en escena la convergencia (o divergencia) en las reglas de juego de otros tributos tan o más importantes. Veamos dos botones de muestra:
La Unión Europea ha cuestionado cada vez con mayor vehemencia a algunos estados miembros que permiten/potencian ciertos esquemas de planificación fiscal agresiva a las mayores empresas del planeta (el escándalo Luxleaks, por ejemplo). Los estados señalados (Irlanda, Luxemburgo, Holanda,…) no parecen entonar el mea culpa; algo que también explica que la creación de una lista única de paraísos fiscales está provocando constantes sonrojos y cambios de criterio en el seno del club europeo. Con esto en mente, y al proponer converger en tipos y exenciones de IVA para recaudar más, ¿por qué no converger también en desautorizar esquemas fiscales ventajosos y selectivos que minan la recaudación de España y otros grandes países de consumo? Por cierto, el tipo de IVA en Luxemburgo es de los más bajos de la UE. En otras palabras: convergencia fiscal por supuesto; pero si es completa, aún mejor.
En definitiva, la fiscalidad internacional está viviendo tiempos decisivos. Finlandia -y el mundo tras ella- aguarda expectante a comprobar los efectos de su pionera implementación de la renta básica universal. Las reflexiones que se obtengan serán sin duda muy interesantes. Mientras, al otro lado de Europa, Reino Unido amaga con devenir un paraíso fiscal irresistible para el gran capital europeo. Hay quien lo ha tachado de nuevo farol político, una amenaza velada antes de sentarse -de veras- a negociar el Brexit; el ensordecedor tic-tac de la cuenta atrás en Westminster ya ha provocado más de una declaración desafortunada y rápidamente desmentida. Quizá ésta también lo sea. Quizá no.
Observando entonces a Reino Unido y a Finlandia surge una pregunta natural: ¿Qué camino es el más sensato? ¿Y el más justo? ¿Es una encrucijada o son caminos complementarios? ¿Existen los paraísos fiscales naturales, o siempre lo son a costa de alguien?
Probablemente habrá argumentos y sensibilidades para defender todas las posiciones, pero ello no le resta ni un ápice de importancia al debate. Al revés, lo hace aún más urgente y necesario, pues las respuestas conformarán nuestra futura sociedad.
Esperemos estar a la altura.