La muerte de Huawei o Trump sabe jugar al mus
27 de Mayo de 2019
27 de Mayo de 2019
Por: Juan Carlos Higueras, Analista Económico y Profesor de EAE Business School
Muchos de nosotros hemos sufrido en nuestras carnes situaciones curiosas como que nos aparezca en el móvil publicidad sobre algo que hemos hablado recientemente con un amigo, compañero de trabajo o nuestra pareja en la intimidad del hogar. Es un secreto a voces que no sólo Alexa nos escucha sino también los terminales telefónicos a través de sus aplicaciones y sistemas operativos y que utilizan esa información para personalizar las campañas de marketing y seguramente para muchas otras cosas que desconocemos. La realidad es que, cada vez más, nos sentimos vigilados por todos los nuevos dispositivos que están en nuestro radio de alcance, lo que compromete nuestra intimidad y privacidad.
Ahora, las restricciones al comercio exterior o los embargos comerciales, económicos y financieros que EEUU está acostumbrado a poner sobre algunos países no amigos, también se llevan al plano empresarial y así lo está sufriendo Huawei.
El veto que la Administración Trump ha impuesto a Huawei, entre otras compañías, se ha convertido en la noticia más viral de estos últimos días no sólo porque pone en una situación muy delicada a la compañía sino porque podría llegar a ser el primer paso hacia su fin, aunque por ahora sea bastante improbable.
En la escalada de tensión entre EEUU y China, además de las ya conocidas medidas recíprocas de aranceles al comercio exterior por parte de ambas potencias, ahora se inicia una caza de brujas en la que se quiere aplicar cordones sanitarios a toda empresa sospechosa de posible espionaje por razones de seguridad nacional y, aunque hasta ahora nadie ha podido demostrar que Huawei sea culpable de tal delito (como en su momento tampoco ocurrió con las armas de destrucción masiva en Irak), el daño ya está hecho porque se ha generado una serie de incertidumbres que, en el mejor de los escenarios, supondrá el aplazamiento de dispositivos Huawei por parte de las personas y empresas, y en el peor, no considerar dicha marca como posible opción de compra.
Aunque la primera consecuencia, la más evidente, sea la más que probable caída de ventas de Huawei y los efectos derivados del fuego amigo sobre los consumidores y usuarios de sus terminales (que no podrán actualizar nuevas versiones de Android o acceder a actualizaciones de seguridad de diversas aplicaciones), la realidad que hay detrás es mucho más compleja y de calado. En realidad, todos sabemos que estamos en la sociedad de la información y el conocimiento y que el poder de los Estados se apoya en sus sistemas tecnológicos más que en su poder armamentístico, de modo que quien domine y controle la tecnología será el que lidere el mundo.
La próxima llegada de la tecnología 5G, que ofrece múltiples posibilidades además de mayor capacidad de ancho de banda, está revolucionando el sector de las telecomunicaciones no sólo por la comercialización de dispositivos o nuevos servicios y aplicaciones bajo dicha tecnología, sino que también está suponiendo inversiones millonarias para los operadores de telecomunicaciones que tienen que renovar buena parte de sus equipos e infraestructuras para poder ofrecer los nuevos servicios; las compañías chinas se están convirtiendo ya en los grandes proveedores mundiales de esta tecnología. Si a eso, añadimos la futura dependencia de las grandes infraestructuras tecnológicas, de las compañías chinas, es evidente que EEUU está anticipando una situación desfavorable y que busca rediseñar un nuevo equilibrio de fuerzas internacionales en el plano tecnológico.
De igual forma, se ha puesto de manifiesto algo que muchos llevamos tiempo diciendo: la fuerte dependencia que tienen tanto gobiernos como empresas y familias de las grandes multinacionales que la globalización está generando, aunque hasta ahora no lo percibiésemos tan abiertamente; es algo que en el futuro puede derivar en que un gobierno decida directamente apagar todos los sistemas de otro (y por tanto su economía) con tan solo pulsar un botón, todo ello sin víctimas mortales ni heridos, pero que dejaría paralizados todos los sistemas productivos y debilitada la economía del país objetivo, y todo ello con un coste mínimo.
Esta mayor dependencia de sistemas operativos y aplicaciones, que en la práctica se están convirtiendo en monopolios de facto, lleva a una situación de vulnerabilidad relevante que puede suponer que todo un país o toda una región mundial esté a merced de lo que un gobierno decida, como es el caso que nos ocupa. Una muestra evidente de poder que ya no se manifiesta con grandes arsenales armamentísticos sino con el dominio sobre las empresas que suministran las tecnologías que usamos todos los días y de las que no queremos prescindir.
Tampoco deberíamos subestimar el poder de Huawei ni la reacción del Gobierno chino ante este nuevo ataque de EEUU, algo que seguro llegará y, mientras tanto Europa, muy acostumbrada a ponerse de perfil, se queda en medio de esta pelea a la espera de ver cómo termina todo, algo que lógicamente le afectará porque "cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar".
En resumen, durante el siglo XXI las guerras más devastadoras no serán las que utilicen armas convencionales sino aquellas que se apoyen en el ataque a los pilares de las economías de los países a través de la tecnología. En esta línea, Donald Trump ha comenzado una guerra comercial con aquellas potencias económicas que pueden llevar a que América no pueda ser "Great Again", como es el caso de China y Europa en un alarde de poderío y sin valorar las consecuencias para las economías mundiales y para el mantenimiento de la situación geopolítica actual.
Así pues, lo que ocurre no es más que una simple demostración de poder, de bullying político, para muy probablemente poder firmar nuevos acuerdos comerciales en condiciones ventajosas para EEUU, porque una cosa es que Dondald Trump parezca impulsivo y otra muy diferente pensar que no está bien asesorado. Por tanto, esto no es más que un nuevo movimiento en este juego de ajedrez geopolítico y aún quedan muchas jugadas en las que EEUU buscará no perder su posición de primera potencia mundial tratando de no depender, como ahora le ocurre con Google y similares, de compañías chinas o europeas que puedan poner en peligro dicha posición.