Palabras a desterrar
19 de Julio de 2019
19 de Julio de 2019
Por: Rafa Bernardo, periodista de Cadena Ser
Vamos a ver si no incurrimos en contradicciones. Hace ya algún tiempo, defendíamos aquí el uso de palabras técnicas en el mundo del emprendimiento, anglicismos incluidos, de los puristas del lenguaje que se horrorizan ante todo neologismo o barbarismo. Decíamos que el emprendimiento naturalmente ha desarrollado sus propios códigos, expresiones y giros, como sucede en cualquier otra profesión u ocupación, y que no es para echarse las manos a la cabeza el oír hablar de vez en cuando de pensamiento lean, unicornios o growth hacking.
Bien; ahora argumentamos que esta posición general es totalmente compatible con sentir un odio incandescente hacia ciertas palabras de la jerga emprendedora; que en el rico mundo del lenguaje del ecosistema hay algunos términos que deberían ser desterrados para siempre; que preferiríamos pasar el resto de nuestras carreras -¡de nuestras vidas!- sin volver a oír según qué palabros.
Nos complace saber que los que pensamos así no somos pocos ni locos: las principales publicaciones del sector han elaborado sus propias listas de palabras y frases proscritas, y hay ciertamente verdaderos horrores en las escogidas por Forbes, Business Insider, o Entrepreneur. Como cada uno tenemos nuestros palabros fetiche, aquí van tres de los que yo considero especialmente ofensivos, con ánimo de que entre todos podamos ir confeccionando una suerte de diccionario al revés: uno que contenga los términos que es desaconsejable utilizar.
Uno de los que más me irrita es el de evangelista: todos estamos acostumbrados a la hipérbole, pero con esta palabra me parece que se dan unos cuantos pasos demasiado lejos. Está muy bien eso de ir difundiendo las bondades de un producto, un servicio o una tecnología, pero la cósmica arrogancia de autodenominarse "evangelista" por realizar esa tarea es verdaderamente impactante ¿Alguien puede tomarse en serio a sí mismo si se define como el "evangelista del yogur helado"?
Otra de las palabras que irrita los nervios es la de fricción: todo proceso que implica una dificultad, una duda o un problema para el usuario, y que debe eliminarse para tratar de lograr una experiencia sin trabas (para los amantes de los anglicismos, frictionless o streamlined). El propósito es loable, pero algunas de las soluciones frictionless dan escalofríos: un ejemplo, los restaurantes que trabajan en el reconocimiento de matrículas, de forma que con solo pasar con el coche -sin necesidad de hablar con nadie- a uno le puedan escoger el menú y cobrar ¿Es esto una "experiencia sin fricción", o sencillamente no cuenta ni como "experiencia"? Parece que, para algunos, el trato con seres humanos es una molestia a erradicar.
Y para terminar, dos palabras que son aparentemente inofensivas, pero que se utilizan con efectos devastadores en el ámbito de los negocios: contenido y producto. Formalmente, son términos que señalan las materias más importantes para una empresa, lo que hacen, lo que venden (content is king!), pero en realidad lo que consiguen es devaluar la realidad que designan, homogeneizándola en una especie de gelatina gris con el resto de cosas (casi todas) que pueden considerarse "contenido" o "producto". Como periodista, nada detesto más que alguien se refiera a una de mis piezas como un contenido, como si fuese igual que cualquier 'post' sobre gatos de los que pueblan las páginas web de los medios de comunicación, y supongo que a casi todo el mundo le pasa igual cuando trabaja en algo poniendo pasión e interés y ve como alguien lo mete en la cesta con el resto de productos. No rebajemos nosotros mismos la importancia de lo que hacemos.
Si entre todos nos conjuramos, podremos depurar la jerga emprendedora para hacerla más perfecta: técnica, pero humana.